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Marina Bernal, Psicologa Perinatal y Terapeuta Gestalt. Manresa

Lo que me trajo aquí, al universo de la psicoterapia y de lo perinatal

Recuerdo la primera vez que me plantee ser madre, estaba viviendo en Guatemala y tenía 24 años. Allí la infancia estaba muy presente en las calles y en el día a día, lejos de lo que venía viviendo en Córdoba y Barcelona; sentir, escuchar, charlar y jugar tanto con los niños y niñas me conecto fuertemente con ese deseo.

Después fui a Bosnia i Hercegovina  y más tarde a Guinea Bissau y aquel deseo ya se había instaurado en mi. No tenía prisa y a la vez un fuerte impulso me llamaba a la maternidad.

Era joven, quería viajar, tenía muchos castillos en el aire y la maternidad que yo había visto en los últimos años la había idealizado como la de un documental.

A los 27 años regresé a Córdoba, mi cuidad de origen, tras 10 años fuera, y al poco me quedé embarazada.  A pesar del deseo acumulado de años, lloré días. Un miedo me ahogaba, “no voy a poder, no voy a saber”. Recuerdo en una conversación con mi padre decirle, «no se ni coser». Fueron unos días de tormenta y luego vino la calma y con ella una alegría vital.

Había mucha inconsciencia en mi y aunque eso hizo que partes del camino fueran de subida, en otra parte iba cuesta abajo y sin frenos. ¡Era instinto puro!

Había decidido dejar mi camino laboral en el mundo de la cooperación internacional por incompatibilidad de valores y comencé a estudiar sexología, algo que me apasionaba desde el inicio de la carrera de psicología.

Todo estaba comenzando, sentía como una nueva vida crecía dentro de mí y otra fuera.

Leí montañas de libros (por aquel entonces no tenía Smartphone) y hablé con muchísimas mujeres sobre sus partos, sus embarazos y sus crianzas.

Algo muy grande se abrió en mi, era la puerta de un camino hacia mí misma.

Comencé a reconocerme biográfica. Yo también había estado en el útero de mi madre, también nací y tuve 3, 4 y 9 meses. A veces esa puerta se convertía en abismo, porque no todo encajaba como el ideal que a veces leía. El cuerpo también hablaba y en ocasiones a gritos, pidiéndome ser mirado y sobretodo mimado.

Mi hijo viajo algo más de 9 meses en mi útero y yo viaje con él a mares profundos de mi ser.

Ya en el embarazo se desmontó el escenario en el que venía actuando, como si el guión con el que mi personaje se había desenvuelto hasta entonces, se estuviera desdibujando.

Hubo momentos muy duros y hubo otros tan bellos.

La que siempre permanecía nítida era la sensación de “Este es mi camino, vas bien Marina”.

Me inicié en grupos de mujeres, de madres, de embarazo, con doulas, matronas, terapeutas…

Y un 23 de mayo de 2012 nació Aran en la intimidad de nuestro hogar. Otro viaje a un lugar que no podía ni imaginar que existía en mi, era poder y fuego, era agua y fragilidad. Era todas y ninguna. El parto me enseñó de mi más que muchas horas de estudio. Aun hoy, sigo aprendiendo de aquella experiencia.

Los primeros meses fui leche y piel, el parto fisiológico y respetado había dado pie a un inicio de crianza fusionada e instintiva.

A la vez, había ollas que seguían hirviendo en mí y necesitaban seguir siendo miradas y cuidadas.

Era una mujer madre-bebé con un bebé demandante, que también necesitaba ser sostenida, mecida y arropada. Yo, que era de las de “yo sola puedo” me hice mucho daño en el aprendizaje de pedir y también se lo hice a otros.

Con el crecimiento de mi hijo y de la madre que soy, fui especializándome en maternidad, en crecimiento personal y de parejas (si eres más de currículum clicka aquí), llevando grupos, dando charlas, haciendo talleres y acompañando en terapia.

Siempre de la mano de mi propia terapia y supervisión. ¡Si! las psicoterapeutas también vamos a terapia. De hecho, soy de las que creo que es esencial que así sea.

 

Ahora han pasado unas cuentas primaveras, han pasado más tormentas con sus posteriores calmas y puedo decir con la boca grande y a los cuatro vientos que me siento más yo que nunca. Ya hace años que viene siendo así, que me siento alineada con mi ser, que me conozco y me hago responsable de mis pensamientos, de mis emociones, de mis sensaciones y de mis acciones. Que me permito ser, en su amplitud, con las partes oscuras también.

Es desde este lugar que soy yo misma que me ofrezco para ti.

Para acompañarte en tus tormentas y en tus momentos de agotamiento tras estas.

Para transitar junto a ti los devenires de tu maternidad y de sus duelos.

Para darte la mano en el camino que te lleva a ti y te hace crecer.

Para acoger vuestros dolores como pareja y devolveros una mirada amorosa.

Para escucharte sin juicio, acoger todo aquello que te pase, darle la bienvenida, validarlo y a tu lado, al ritmo que tu necesites, dar con tus fortalezas y recursos.

Es desde aquí que me siento en mi butaca de la consulta, abierta, disponible y con ganas.

Cuando acompaño, tanto en los grupos, como en las terapias individuales o de pareja, siento que tengo ante mí parte de los tesoros de esas personas, eso es un honor y a la vez una responsabilidad.  Por ello me comprometo a cuidar tus tesoros como se cuida a un bebé recién nacido.

 

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